Demasiados rascacielos, demasiados pirados en mallas y demasiada paranoia. Los hombres X han abandonado su residencia en Nueva York para tomarse unas vacaciones indefinidas en la tolerante y empinada ciudad de San Francisco. Las primeras impresiones, aquí.
Tras cincuenta años viviendo en la antigua mansión del condado de Wetchester propiedad de la familia Xavier y acometiendo reformas prácticamente cada semana (que si te voy a implantar unos arreglillos Xi-ar, que si llega un maloso y echa todo el complejo abajo, que si hay que cambiar la moqueta porque la Bestia deja mucha pelambrera…) los jóvenes talentos, ahora más talentosos que jóvenes, se mudan y nada menos que al otro lado del continente norteamericano. Allí, como no podía ser menos se montan todo un centro con las más modernas tecnologías como base, gracias a los fondos del siempre generoso Warren Worthington III. Harry, sin duda, echará de menos a su mejor cliente, ese pequeño canadiense peludo al que las cervezas le duran bastante menos que los cabreos.
Pero los X-Men son gente de costumbres y las birras son una de ellas. Así que entre las primeras cosas que han hecho nada más llegar a la ciudad de los tranvías ha sido localizar un garito donde relajarse tras las duras jornadas de salvar al mundo. Claro que el que lo regenta, es un tipo llamado Lance Alvers (Avalancha para los enemigos y lo mismo para los amigos) y de momento sólo han ido para advertirle de que sus colegas mutis están en la ciudad y que volverán si le da por ponerse a hacer temblar la tierra (¿En san Francisco? ¡No!) o a crear una «Hora feliz».
En realidad esta no es la primera vez que la Patrulla X visita la ciudad. De hecho en la olvidable película «X-Men: La decisión final» nuestros mutis eran los responsables de cargarse nada menos que el Golden Gate y Alcatraz. Es previsible que esto, en algún momento u otro, acabe ocurriendo también en el universo de los cómics y más con la actitud ofensiva que han adoptado los discípulos de Xavier tras el día M o los enfrentamientos con los Purificadores. Poco espacio para aquello de «a enemigo que huye puente de plata», pues. El de esta urbe es «dorado» y color rojo sangre. Si con esos tonos además te puedes escapar de una invasión verde masiva, miel sobre hojuelas.
En cualquier caso, cambiar de aires a veces no viene mal y en el pasado ya se han trasladado a la costa oeste otros grupos de superhéroes. A finales de 1984 Marvel lanza una serie limitada de cuatro números bajo el título West Coast Avengers. Ojo de Halcón, Pájaro Burlón y otros vengadores ponían el pie en un rancho de la también californiana ciudad de Los Angeles para crear un equipo occidental de los héroes más poderosos de la Tierra. Además, esta urbe es igualmente el origen del grupo de héroes por accidente, Runaways y de la organización criminal orquestada por sus malévolos padres: El Orgullo.
El traslado a la tolerante San Francisco ha supuesto también la recuperación de algunos personajes clásicos que hacían tiempo que no se dejaban ver, como una muestra del guionista por homenajear tiempos mejores. El pistoletazo de salida de este añoro lo daba Matt Fraction con un flashback ilusionista a la época hippy de la metrópoli. Tras eso, personajes dejados de la mano de Dios, como Magneto (con poderes recuperados de forma un tanto «cutre») y Dazzler, la pop-star metida a heroína que precisamente no se dejaba ver en el primer equipo tras darle lo suyo al amo del magnetismo, justo antes de la etapa Grant Morrison.
Lo mejor, sin duda, de esta mudanza ficticia, aparte de los frikis disfrazados de X-Men que dan la bienvenida a los héroes en el cómic, son las teorías suscitadas en algunos periódicos californianos de referencia. El San Francisco Chronicle, por ejemplo, hace una comparación entre los mutantes y los homosexuales, por aquello del talante tolerante y reformista de la ciudad para con el público gay. Os recomiendo su lectura.
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