Prometheus (libre de spoilers)

Más de treinta años después del estreno de aquella «Alien, el octavo pasajero», su director, el británico Ridley Scott, regresa a la ciencia ficción que le dió la fama. En «Prometheus», Scott se samplea a sí mismo. Desde la cabina, corta, remezcla y nos hace corear de memoria una canción familiar que creíamos haber olvidado. ¿Cuánto queda del universo del octavo pasajero? ¿Merece la pena instalarse la última actualización? ¿Tendremos de vuelta al xenomorfo? En Kekorto hemos visto cosas y os avanzamos algo sobre una de las películas más esperadas del año. Eso sí, con cuidado de no arruinar ninguna sopresa.

Sin revelar más de lo necesario, sí podemos decir que este es un filme muy alejado del shock asfixiante de 1979. «Prometheus» respeta la estructura, pero no el tono ni el mensaje. La película rebota y vuelve con menos «Tiburón» pero más «Odisea en el Espacio». Es un eco. Una variación. A ratos una parodia. Un reencuentro, sobre todo, con Scott, el director visionario que tras años de vagar perdido por la historia, volvió un día a encontrarse con el futuro.

Desde el fin de siglo brillante que fue «Matrix», los grandes estudios habían dado de lado a la ciencia ficción. La tenían guardada, cogiendo polvo en un desván. Hoy parece que el éxito de «Avatar» (y el inevitable aluvión de secuelas), ha animado a los ejecutivos de Hollywood a ventilar los armarios. Nada nuevo, cuidado. Versiones. Remakes. Nostalgia. En cuestión de meses tendremos en pantalla grandes novedades como «Star Trek», «Robocop» o «Desafío Total». Porque sabemos que aquello que alguna vez vendió, seguramente volverá a vender. O quizá no.

El nuevo filme recupera todos aquellos temas clásicos de la ciencia ficción de Scott. Vuelven el miedo a la enfermedad y el monstruo parásito. Primero huevo, luego larva y después infección. Pero treinta años después, con la cartografía del genoma humano sobre la mesa, el nuevo monstruo es algo más que un simple dolor de estómago. Fuego de los dioses. Caldo primigenio. Esperma. ADN.

Hoy, como los personajes de Scott, nuestros científicos hablan con naturalidad de la posibilidad de encontrar algún día la vida extraterrestre. Ese alien-dios primordial que sembró cromosomas en la Tierra. En la película, como en la realidad, el hombre busca su orígen en las estrellas, al tiempo que juega a ser dios. Junto a él, su hijo el robot, el monstruo de Frankenstein, sigue siendo más humano que su propio fabricante.

¿Donde está el inicio de esa cadena de creadores y creaciones? ¿Es un bucle infinito? ¿Dónde dejaría eso a la idea de dios? ¿Y a la fe? Los personajes de «Prometheus» buscan respuestas, pero Scott, ambiguo como siempre, insinua, pero no responde.

Noomi Rapace («Millenium») recoge el testigo de Sigouney Weaver y adopta el papel de la novia del monstruo. Rapace se enfrenta a la pesadilla con más sorpresa que terror y su personaje hace gala de una estamina y unos nervios de acero que a ratos parecen inverosímiles. En su doctora Shaw pugna la dicotomía entre ciencia y fé, entre la experta geneticista y la virgen inmaculada.

Michael Fassbender («X-Men: First Class» «Un método Peligroso») es el hombre artificial, el replicante. Pero si en Roy Batty reconocíamos al ser humano superviviente y capaz de entender la belleza y la compasíon, este David encierra en sí lo peor de su creador. Es maquiavélico, es mentiroso y lo más inquietante, es por encima de todo, un fanático.

A su alrededor, una ambigua y gélida Charlize Theron («Monster») y el capitán Idris Elba («Thor», «Pacific Rim»), se las arreglan para sacar petróleo de un par de secuencias y robar la película. Mientras tanto, Guy Pearce, actor inclasificable (recordemos, recien salido de «Lockout»), se atreve con un papel inesperado y termina, como casi siempre, muy bien parado.

Recuperamos también al imprescindible artista y diseñador de producción suizo H.R. Giger, que revisita y expande sus particulares mitos de Alien. De su mano vuelven los escenarios y monstruos biomecánicos, inequivocamente sexuales y pasados por el motor de un coche. Pero además en «Prometheus», Giger añade un contrapunto inédito, geométrico y monumental. Su particular monolito, por así decirlo. A su lado una silla vacía, la de Jean Giraud. Recientemente desaparecido, maestro, Moebius.

En la sala, el efecto 3D se queda bajo control en el espacio positivo, al otro lado de la pantalla y enseguida nos pasa despercibido. Pero no es necesario para disfrutar un filme pintado con maestría. Técnicamente impecable, con una fotografía y efectos visuales como sólo cabría esperar de una ciencia ficción de Ridley Scott. A «Prometheus», a su guión, se le pueden poner peros. Se le pondrán. Más allá de eso, cuando las luces se apagan, si algo queda claro aquí es que aquel que tuvo, retuvo.


«Prometheus» se estrena en cines de toda España el día 3 de Agosto.

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