El despertador no hace ninguna concesión y suena puntualmente a las 06:02 de la mañana. “Al menos esta noche no me despertaron las peleas y los disparos” – piensa ella. Han sido solo cinco horas de sueño pero para ella son una bendición. Vivir aquí en el Bronx le ha enseñado a apreciar los pequeños detalles.
Lo primero que hace es ir a ver al pequeño Jeremiah, de 9 años, que sigue durmiendo. Verle en su cama arropado y tranquilo hace que por un instante olvide lo de su hiperactividad. Pero sólo es un momento, porque entonces abre los ojos y todo vuelve a empezar.
“Bébete la leche, por favor, Jeremiah…” – suplica su madre. Por fortuna, la señora Harrington, abuela del niño, acaba de llegar. Ella aprovecha entonces para irse a vestir. No hay mucho donde elegir y su trabajo tampoco lo exige pero trata de ir siempre lo más arreglada posible.
— Dame un beso, pequeño.
— ¡Jeremiah, besa a mamá! Cariño, ¿volverás pronto?
— Sí. (…) O sea, no. No, perdona. Hoy también tengo que ir al bar. Cambié el turno con Katrina.
Ojalá no tuviese que volver nunca más a Monty’s, el viejo antro de borrachos donde consigue unos pavos extra a cambio de vomitonas y palmaditas en el culo. Pero necesita ese dinero. Esa cantidad que el padre del niño debería mandar puntualmente cada mes. Lo último que sabe de él es que había rodado una película en el desierto de Arizona. Una serie B de persecuciones de coches sin sentido, lo ideal para un especialista de tercera como él. Dentro de unos años comprará el DVD para que el chico pueda conocer a su padre gracias a los extras. Pero no cree que ese loco bastardo merezca ni eso.
Hoy el trayecto del autobús se le hace bastante corto, quizá también porque no ha dejado de pensar en qué regalarle a su hijo por su cumpleaños. Siempre procura llegar con diez minutos de adelanto para disfrutar de un café en la cafetería de la esquina. Desde el cristal ve a la ciudad moverse sin parar. Da igual la hora que sea, Nueva York no descansa.
Tras fichar, va hacia su taquilla a enfundarse su uniforme de trabajo, esa blanquecina bata que tan bien le sienta. Mientras camina por los pasillos del hospital suele manosear la chapa de identificación, que le recuerda el sufrimiento y sudor que le costó sacarse el título. Ahora es un gran orgullo para ella poder decirle a la gente: “Soy Jennifer Harrington, enfermera en el Monte Sinaí”.
Ella se detiene ante la puerta de la habitación 4009. Le ha sorprendido la luz que hay tras la puerta y entra algo sobresaltada:
— ¿¡Señor Walnuts?!
— Buenos días, Jennifer.
— Ufff. Creí… Perdón, siento la molestia, veo que tiene visita.
— No te preocupes, preciosa, es mi hijo. Hoy desayunaremos un poco más tarde.
— De acuerdo, les dejaré a solas entonces.
— Gracias hija.
¡Knock! Un día más, Jennifer activa el ‘modo sonrisa’ y su bata parece más blanca que nunca.
— Eh, Christoph, ¿a que es un encanto?
WILLIAM WALNUTS, una improvisada historia del Capitán Custom
Cuándo: de LUNES a VIERNES un capítulo diario
Dónde: http://www.kekorto.es
Me perdí el primero: No pasa nada, puedes leerlo aquí
También el segundo: Ese y el resto puedes buscarlos aquí30 episodios de cirugía ilegal, envidia familiar y traición sexual a la luz de la Gran Manzana.
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