
To protect and to serve
— Cómo…
— Tus ojos. Confieso que al principio no me di cuenta. Pero cuando te giré y vi cómo me mirabas… Joder, llevas haciéndolo desde que tu hermano nos presentó. Él… hace meses que no me mira de ese modo.
— Ufff.
— Cómo…
— Tus ojos. Confieso que al principio no me di cuenta. Pero cuando te giré y vi cómo me mirabas… Joder, llevas haciéndolo desde que tu hermano nos presentó. Él… hace meses que no me mira de ese modo.
— Ufff.
Ninjas. Asesinos cabrones sin escrúpulos, que te sajan la nuez con estrellas de acero y luego desaparecen entre nubes de ceniza. Y el mejor de todos ellos. Un ex combatiente del Vietnam que se abrasó el rostro salvando a la chica de su vida y que hoy lo esconde deforme, tras una máscara y un férreo voto de silencio. Un hijoputa noble, morboso pero magnético. Capaz de invadir por sí solo un pequeño país terrorista a punta de katana y UZI. Esa era la película que yo fui a ver el domingo pasado. ¿Pero qué fue lo que me encontré en su lugar? Lo que me encontré fue G.I. Joe: El Orígen de Cobra, de Stephen Sommers.
Diseñadores anónimos se esfuerzan cada día por añadir ojos y bocas sonrientes a cualquier tipo de objeto. Aunque no sea necesario.
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